Los lunes de Candela (v.o.). Hairdresser



Qué tendréis las peluqueras, mis queridas peluqueras, que tanto juego dais. Qué idioma habláis tan lejano al mío que parecemos entendernos y sin embargo no. Como cuando vas a Italia y vanidosa medras porque crees comprenderlo todo, pero luego resulta que no entiendes ni papa y acabas pareciendo turista y gilipó.
En fin. Hace no mucho fui a cortarme el pelo, algo sencillo en principio. Quería hacer un pequeño cambio, nada brusco ni exagerado, algo así como ni fu ni fa, pero hay que ver mari qué mona, monísma te han dejado.
Quimeras… ideales, ilusa de mí e infelice que diría Calderón (de la Barca).

-Mira, Maribel -le dije yo a mi peluquera de hace ya algunos años-, qué te parece si me cortas un flequillo de esos que se llevan ahora, que se parten y abren en mitad de la frente como una cortina. ¿Qué tal me quedaría a mí?
-Ay, sí, como lo llevaba Brigitte Bardot, pero lo modernizamos un poco conservando la esencia, verdad. Lo texturizamos de medios a puntas descargando la base -me dijo ella, y prosiguió colocándome el babero gigante que te ponen siempre antes de cortar la melena: -Venga, que te voy a hacer un corte que se va a cagar la perra de bonito- sentenció.
Porque mi Maribel siempre empieza los discursos muy glamurosa, pero los acaba poligonera perdida. Cosas de comprarse el piso de protección oficial en el extrarradio, supongo.
Aquello, sin duda partía de una buena base. Y no lo digo por mi porte y percha, sino porque la idea había quedado clara, clarísima; o eso creía yo… Entonces… Por qué, Maribel, por qué.

Cuando acabó con las tijeras y me secó el pelo, la perra no sé si acabó defecando, pero la que casi se hizo popó en las mallas fui yo. El espejo no dejaba duda alguna. Ahora era una raza mestiza entre un gremlin recién levantado, de muy mala guasa, por cierto, y la “cuarta” de Bananarama en su verano más cruel. Aquello era un césped, una orgía de trasquiloncillos, también llamados, “que te descargo la mecha para que no coja tanto cuerpo”. Cuerpo, pensé, deja que al menos algo aquí coja cuerpo porque el mío acaba de desencajarse y descomponerse. Inexplicablemente, y que ningún científico ose refutármelo, acababa de transportarme en una máquina del tiempo hacia 1983. O eso, o yo tenía moto y no me había enterado, porque aquello no era volumen, sino un casco en toda regla.
Ay, Maribel, y, entre tanto, tú con esos ojillos juguetones me preguntabas si me gustaba y sin darme tiempo a contestar (qué manía) me decías ipso facto: “Te ha quedado genial”, “mira, luego tú en casa te lo peinas así y asao”, mientras con ambas manitas abrías, aplastabas y recolocabas aquél sindiós de pelillos tiesos que lejos de apartarse hacia mis sienes se proyectaban firmes hacia delante, como si mis pensamientos se hubieran armado de bayonetas capilares para defenderse del mundo exterior.
Ay, mi querida Maribel, por qué tanto odio de vuestro oficio hacia los humanos. No se vio jamás semejante desafecto desde que los uruk hai quisieron conquistar la tierra media.


Pd: de S: un beso para las peluqueras y otro para los uruk hai, que estoy segura de que se quedaron así porque de pequeños nadie les dio abracitos ni onzas de chocolate con pan.
Feliz lunes.

Comentarios

  1. jajaja, que bueno, que seria de nosotras sin las maravillosas Maribeles!

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  2. Adoro a ésta Candela me encanta es increíble.
    Mil gracias por presentárnosla.
    Un besito Soledad

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  3. me siento totalmente identificada,un besito Sol.

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